Fi­lo­so­fía de la Se­ño­ri­ta Pepis

A mí del có­mic el que me gus­ta es Moe­bius, que es un ca­chon­do. Lo úl­ti­mo que me leí de Frank Mi­ller fue ha­ce ca­si vein­te años –Bat­man año uno, creo – , y por su­pues­to no ha­bía ca­ta­do ni me­dia de la mag­na obra de Moo­re y Gib­bons. Y el otro día me la al­qui­lé. La pe­lí­cu­la del año, tras El Ca­ba­lle­ro Os­cu­ro, decían.

Lle­ga­dos a es­te pun­to, de­bo acla­rar que yo veo, oi­go y leo cien­cia fic­ción y su­per­hé­roes por­que soy un mi­li­tan­te, es­tá en mi ADN. Es de­cir, leía los vo­lú­me­nes ca­pa­dos de la Mar­vel de Edi­cio­nes Vér­ti­ce, me sa­lió el ve­llo pú­bi­co mien­tras veía El Im­pe­rio Con­tra­ata­ca y me en­ce­rra­ba en el ba­ño con Ghi­ta de Ali­zarr. Es­to lo di­go por­que el he­cho de que me tra­gue to­das las fri­ca­das que lle­gan a mis ma­nos, no quie­re de­cir que no dis­tin­ga la ca­li­dad de lo que veo o leo. (Por cier­to, he de­ja­do de ver Plu­tón).

A lo que iba. Que de­jé de leer có­mics. Eran muy ca­ros, ade­más. Ne­ce­si­ta­ba el di­ne­ro pa­ra cubatas.

Leer lo que un per­so­na­je pien­sa en ca­da vi­ñe­ta de ca­da pá­gi­na es un co­ña­zo. Eso sin con­tar que los enor­mes bo­ca­di­llos de tex­to de­jan po­co si­tio pa­ra los di­bu­jos. Por eso no he ido a ver el Spi­rit de Frank Mi­ller. Eso es un sa­cri­le­gio. Los que amen pro­fun­da­men­te a Will Eis­ner co­mo yo me entenderán.

To­do es­to es pa­ra de­cir­les que Watch­men me pa­re­ce una pe­lí­cu­la pre­ten­cio­sa, gran­di­lo­cuen­te y va­cía. Y a ve­ces, ri­dí­cu­la. Con su clí­max cuan­do un su­per­hé­roe eya­cu­la­dor pre­coz re­cu­pe­ra su mo­jo al cal­zar­se de nue­vo el tra­je de Búho Noc­turno. Enor­me, va­mos. Y el po­bre del Doc­tor Manhat­tan que le de­ja la novia.

¡An­da ya!

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