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Ex­trac­tos mí­ni­mos (VIII)

Es­ta­ba abs­traí­do, ha­blan­do los de­más a mi al­re­de­dor. Mi­ré a la me­sa cer­ca­na, a los ojos de ese hom­bre, lue­go a los de su acom­pa­ñan­te; des­pués a la me­sa opues­ta y a la de atrás. Yo los veía a to­dos y al mo­men­to me ví a mí: yo era todos.

Fe­liz 2010, o La en­tra­da de ori­gi­nal título

Pues ya lle­gó. Hoy es­ta hu­mil­de bi­tá­co­ra co­mien­za, co­mo las re­vis­tas an­ti­guas, su Año 3 –que no su ter­cer año– ya que cum­pli­rá dos el pró­xi­mo mar­zo. Ha­gan us­te­des las cuen­tas, y ve­rán de cuán­tas ma­ne­ras se pue­de me­dir el tiempo.

En es­tos días en que com­ple­ta­mos una ór­bi­ta más al­re­de­dor del Sol, a to­dos nos aprie­tan los re­sú­me­nes por de­trás y los pro­pó­si­tos por de­lan­te. Una suer­te de sand­wich vi­tal, del que in­ten­ta­mos sa­lir en el mis­mo día. Re­co­pi­la­to­rios y anun­cios de nue­vos pro­gra­mas en la te­le. Lan­za­mien­to de nue­vos pro­duc­tos en cuan­to pa­sen los Re­yes Su­fi­cien­te­men­te Avan­za­dos Tec­no­ló­gi­ca­men­te. Nue­vos re­tos, nue­vas ideas, nue­vos áni­mos, vie­jas intenciones.

Ha si­do un año en el que he es­ta­bi­li­za­do mi cua­derno, y se­rá el año en el que de­je de de­cir blog. He de­ci­di­do usar me­jor mi idio­ma. Bi­tá­co­ra, co­mo la del na­ve­gan­te. Fri­qui en vez de geek, (por­que ade­más tie­ne ma­la tra­duc­ción), en­tra­da o ar­tícu­lo en lu­gar de post.

Y voy a ha­blar­les a to­dos de us­ted, por­que se lo merecen.

Es­te es un cua­derno orien­ta­do ha­cia la cien­cia fic­ción y el fu­tu­ro, pe­ro es un cua­derno per­so­nal. Al me­nos se ha con­ver­ti­do en eso; y por eso a ve­ces la te­má­ti­ca ha si­do só­lo una ex­cu­sa pa­ra ha­blar de otras co­sas. He in­ten­ta­do po­ten­ciar la se­rie de Ex­trac­tos Mí­ni­mos, y quie­ro se­guir ha­cién­do­lo en el año que en­tra. He des­po­tri­ca­do de lo que me ha ve­ni­do en ga­na, y el año nue­vo lo ha­ré otra vez, las ve­ces que ha­ga fal­ta. Es­cri­bo po­co, pe­ro lo ha­go cuan­do me ape­te­ce. Hay co­sas que cam­bia­ré y otras que no. Ya veremos.

Es­te ha si­do el año de la cri­sis, y del 40 ani­ver­sa­rio de la lle­ga­da a la lu­na. Del fi­nal de Battles­tar Ga­lac­ti­ca y del re­ini­cio de Star Trek. Es­te ha si­do el año de Torch­wood y del des­cu­bri­mien­to de agua en nues­tro sa­té­li­te. El año en que la te­le­vi­sión en Es­pa­ña vuel­ve a ol­vi­dar­se de nues­tro gé­ne­ro. El año en el que unos in­de­sea­bles han in­ten­ta­do vio­lar nues­tros de­re­chos fun­da­men­ta­les en una ley so­bre eco­no­mía. El año de la des­pe­di­da del Dé­ci­mo Doc­tor.

Ya só­lo me que­da de­sear­les que el año que en­tra les trai­ga sa­lud. Can­ti­da­des in­dus­tria­les de sa­lud, a to­dos. Y de mo­do ac­ce­so­rio, que se re­vi­ta­li­ce la pre­sen­cia del hom­bre en el es­pa­cio, con ca­pi­tal pú­bli­co o pri­va­do, por­que si­go pen­san­do que se­rá lo que nos sal­ve de no­so­tros mismos.

Un abra­zo.

Ex­trac­tos mí­ni­mos (VI)

Aro­vac vol­vió a ba­jar otra vez pa­ra con­ven­cer­se. Es­tu­vo va­rios me­ses en su pi­so al­qui­la­do de Pa­rís. Le gus­ta­ba Pa­rís por­que te­nía un po­co de to­do, y un po­co más de na­tu­ra­le­za, aun­que fue­ra un po­co ca­ro. El di­ne­ro no era im­por­tan­te pe­ro le pa­re­cían un po­co in­mo­ra­les aque­llos pre­cios, co­no­cien­do co­mo co­no­cía a la ra­za.

Les ha­bía to­ma­do ca­ri­ño, con el tiem­po. Pe­se a su bru­ta­li­dad, a su ava­ri­cia. Ha­bía co­no­ci­do ejem­pla­res bri­llan­tes, con los que ape­nas se ha­bía abu­rri­do. Pe­ro se le aca­ba­ba el tiem­po y no era po­si­ble re­cu­pe­rar­lo. Se ha­bía in­te­rrum­pi­do el pro­gra­ma lu­nar ha­cía más de un cuar­to de si­glo y la si­guien­te vi­si­ta no es­ta­ba pre­vis­ta pa­ra an­tes de diez años. No po­día in­ter­ve­nir, pe­ro se re­sis­tía a creer que la ra­za en­te­ra ti­ra­ba la toa­lla, aho­ra que los ras­ga­dos ha­bían to­ma­do partido.

Sus ór­de­nes eran es­tric­tas. Mu­chos sis­te­mas que ob­ser­var y muy po­cos ob­ser­va­do­res. Lle­va­ba más de trein­ta años en la in­ves­ti­ga­ción y los re­sul­ta­dos eran bas­tan­te de­cep­cio­nan­tes. «Sis­te­ma ce­rra­do pa­ra con­tac­to; ci­vi­li­za­ción em­brio­na­ria. Sus­pen­der ob­ser­va­ción y con­tac­to in­de­fi­ni­da­men­te.» Aro­vac subió y se des­pi­dió si­len­cio­so del azul, pre­gun­tán­do­se lo que ha­bría ocu­rri­do si aquel Apo­lo 18 hu­bie­ra des­pe­ga­do. Pa­sa­rían mi­le­nios an­tes de volver.

Opi­nio­nes

La opi­nión es un bo­rra­dor de la ver­dad pro­pia, y co­mo tal de­be es­tar so­me­ti­da a cons­tan­te re­vi­sión, si la bús­que­da de la ver­dad exis­te en uno mis­mo. Esa es la que res­pe­to. Si uno de­ja de bus­car la ver­dad y con­vier­te la opi­nión en cer­te­za, des­pre­cia esa bús­que­da en los de­más y en sí mis­mo. Esa nun­ca la respetaré.

Ex­trac­tos mí­ni­mos (V)

Da un po­co de gri­ma via­jar más rá­pi­do que la luz. Es co­mo si mi­des mil mi­llo­nes de ki­ló­me­tros de al­to y mue­ves los de­dos de los pies. No los pue­des ver, pe­ro los mue­ves. Es­to es igual, pe­ro con tu yo com­ple­to: tú via­jan­do tan tran­qui­lo, y mien­tras tan­to ce­nas con tu mu­jer el sá­ba­do. No es ubi­cui­dad, pe­ro se le pa­re­ce mucho…

Ex­trac­tos mí­ni­mos (IV)

An­to­nio Je­sús Buen­día, fí­si­co teó­ri­co de la uni­ver­si­dad de Ga­les, des­cu­brió por ca­sua­li­dad, mien­tras leía a Pla­tón y es­cri­bía un ar­tícu­lo so­bre una n‑brana, el ver­da­de­ro sig­ni­fi­ca­do del tiem­po. Lo ma­lo del asun­to es que no po­día trans­mi­tir­lo a na­die; era com­ple­ta­men­te in­ex­pli­ca­ble. Mu­rió lo­co, el pobre.

Ló­gi­ca

El uni­ver­so se di­vi­de en dos cla­ses de se­res: los que se re­en­car­nan ha­cia ade­lan­te en el tiem­po y los que lo ha­cen ha­cia atrás. A los pri­me­ros les gus­ta la his­to­ria, y a no­so­tros, la cien­cia fic­ción.

Ac­tua­li­za­ción. Pue­des en­ten­der me­jor es­te post si an­tes lees es­to.

Ex­trac­tos mí­ni­mos (III)

Fee­li Pka­dik des­cu­brió el mé­to­do pa­ra re­tro­ce­der en el tiem­po en 2234. Su pa­dre, el co­no­ci­do cien­tí­fi­co Mar­son Pka­dik, ha­bía pro­ba­do em­pí­ri­ca­men­te la po­si­bi­li­dad de ple­gar el es­pa­cio pa­ra los via­jes es­te­la­res, pe­ro tam­bién que un via­je tem­po­ral ha­cia ade­lan­te, di­ga­mos, era inviable.

Di­go es­to por­que el abue­lo de Feely, Ate­raï, tam­bién fí­si­co, pos­tu­la­ba en 2165 la ley de si­mul­ta­nei­dad de la ve­lo­ci­dad, por la que la ma­te­ria via­ja­ba so­bre el tiem­po (o vi­ce­ver­sa) a la ve­lo­ci­dad de la luz. Así, no era po­si­ble a la ma­te­ria «ade­lan­tar­se» a sí mis­ma, ya que no po­día via­jar más rá­pi­da­men­te que la luz. Es­to úl­ti­mo ha­bía si­do des­cu­bier­to por el pa­dre de Ate­raï, Fee­li Jo­li Pka­dik, en lo que lla­mó em­pi­ri­za­ción Eins­tein-Jo­li, que no de­cía na­da nue­vo so­bre la Teo­ría de la Re­la­ti­vi­dad, pe­ro re­sul­tó que la demostraba.

El ca­so es que el abu­rri­mien­to en el si­glo XXIII era un mal en­dé­mi­co (prác­ti­ca­men­te el úni­co) y Fee­li de­ci­dió ju­gar un po­co con su nue­vo des­cu­bri­mien­to. El jue­go era el si­guien­te: bus­car el ar­te­fac­to tec­no­ló­gi­co más an­ti­guo que pu­die­ra en­con­trar y en­viar­lo al pa­sa­do más an­ti­guo en el que al­guien pu­die­ra com­pren­der­lo. (Fee­li no era tan idio­ta co­mo pa­ra via­jar él mis­mo; ha­bía leí­do to­da la cien­cia fic­ción de los úl­ti­mos dos si­glos). El en­vío fue un te­lé­fono de 2011 (con ma­nual de ins­truc­cio­nes) a una ofi­ci­na de la NA­SA de 1959.

Fee­li se de­jó a sí mis­mo ins­truc­cio­nes, por pre­cau­ción: an­tes de en­viar el ar­te­fac­to, man­da­ría a su es­cri­to­rio un ejem­plar de la Sum­ma Tech­no­lo­gi­ca Uni­ver­sa­lis y una ex­pli­ca­ción de lo que ha­bía pasado.

Re­sul­tó que el bu­cle cau­sa­do por Fee­li ha­bía si­do traumático.

Po­ner un avan­ce tec­no­ló­gi­co cua­ren­ta años an­tes de su fe­cha ha­bía sig­ni­fi­ca­do un ade­lan­to de dos dé­ca­das en la his­to­ria cien­tí­fi­ca ori­gi­nal. Eso re­sul­tó en que el mé­to­do lo des­cu­brió Mar­son, no Fee­li; pe­ro Fee­li re­ci­bió pun­tual­men­te las ex­pli­ca­cio­nes y la Sum­ma. Y de­ci­dió se­guir ju­gan­do. Le ha­bía gus­ta­do el re­sul­ta­do. Fee­li, Mar­son, Ate­raï, Fee­li, Jo­li. A ca­da no­ti­cia del bu­cle que re­ci­bía Fee­li, el jue­go era más in­quie­tan­te. Has­ta que un an­te­pa­sa­do de Fee­li re­ci­bió en su des­pa­cho de la NA­SA en 1959 un ar­te­fac­to que unos po­cos años des­pués le hi­zo des­cu­brir el mé­to­do pa­ra re­tro­ce­der en el tiempo.

Pa­ra ese mo­men­to, Fee­li no era to­da­vía Dios, pe­ro ten­día a in­fi­ni­to. Unos cuan­tos bu­cles más. Era divertido.

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Es­ta obra es­tá ba­jo una li­cen­cia de Crea­ti­ve Com­mons.

Ex­trac­tos mí­ni­mos (II)

El cro­no­his­to­rió­gra­fo cuán­ti­co Lon­do Vi­ga re­pa­sa­ba mi­nu­cio­sa­men­te la pren­sa es­cri­ta pre­noos­fé­ri­ca, es­pe­cial­men­te la cró­ni­ca tau­ri­na, cuan­do, an­tes de pro­mul­gar su Ter­cer Teo­re­ma, fue asal­ta­do por una du­da que mar­ca­ría su pos­te­rior investigación:

Un to­re­ro zur­do… ¿es un si­nies­tro ?

Neo­len­gua

Me he in­ven­ta­do una pa­la­bra… (más…)

Ex­trac­tos mí­ni­mos (I)

El pri­mer lu­mi­nau­ta. Niel­nieh Tre­bor, des­pués de to­das las prue­bas a las que ha­bía si­do so­me­ti­do an­tes de la par­ti­da, se dis­po­nía a em­pren­der la ex­pe­di­ción. El pri­mer hom­bre que via­ja­ría más rá­pi­do que la luz. En un ins­tan­te lo en­ten­dió to­do; mu­chos mi­les de años des­pués, cuan­do lle­gó, aún no ha­bía salido.