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Se­ño­res pe­rio­dis­tas, arre­glen su pro­fe­sión o per­de­rán su empleo

Úl­ti­ma­men­te en la pren­sa, quie­ro creer que in­cons­cien­te­men­te, se da a en­ten­der que las di­sen­sio­nes en­tre cien­tí­fi­cos en de­ter­mi­na­das cues­tio­nes (por po­ner un ejem­plo re­cien­te, so­bre las bac­te­rias que pue­den vi­vir en amo­nía­co) su­po­nen una mer­ma de cre­di­bi­li­dad en el mé­to­do o una grie­ta en el edi­fi­cio aca­dé­mi­co. La ba­se de la cien­cia mo­der­na es la fal­sa­bi­li­dad de sus teo­rías, y el de­ba­te cien­tí­fi­co, cons­tan­te y en oca­sio­nes vehe­men­te, el ci­mien­to de su va­li­dez. El tra­to pe­rio­dís­ti­co que en oca­sio­nes —de­ma­sia­das— se da a las no­ti­cias so­bre cien­cia la equi­pa­ra a la po­lí­ti­ca o, peor aún, al co­ra­zón, co­mo si exis­tie­ra al­gu­na si­mi­li­tud en­tre ellas. No ol­vi­de­mos que el ob­je­ti­vo de la re­tó­ri­ca es con­ven­cer y el de la fi­lo­so­fía lle­gar al co­no­ci­mien­to. Pues eso. En­con­trar una bac­te­ria no es lo mis­mo que en­con­trar un no­vio, mis que­ri­dos cha­far­de­ros. Aplí­quen­se en apren­der a es­cri­bir sin fal­tas de or­to­gra­fía y en no dar opi­nio­nes so­bre cien­cia. (Y so­bre tan­tas otras co­sas im­por­tan­tes que a buen se­gu­ro des­co­no­cen). Ah, y de­jen de una san­ta vez de lla­mar La má­qui­na de Dios al LHC.

Neo­blas­fe­mias (I)

El es­cep­ti­cis­mo or­to­do­xo, co­mo to­dos los fun­da­men­ta­lis­mos, nos des­po­ja de la fan­ta­sía y por tan­to de la ca­pa­ci­dad de ma­ne­jar im­po­si­bles. Sin esa ca­pa­ci­dad arrin­co­na­mos la ha­bi­li­dad pa­ra tra­ba­jar fue­ra de la ca­ja y nos con­ver­ti­mos hoy en los con­ser­va­do­res de ma­ña­na. En nue­vos di­no­sau­rios, que se ex­tin­gui­rán tal co­mo se ex­tin­guie­ron. Y no me ma­lin­ter­pre­ten; es­to no tie­ne na­da que ver con la po­wer balance.

Ex­trac­tos mí­ni­mos (IX)

Bos­ton, 2660. Cien­tí­fi­cos del MIT pu­bli­can en En­ter­tain­ment Weekly el des­cu­bri­mien­to del si­glo: el ho­mo sa­piens es un ani­mal com­ple­ta­men­te irra­cio­nal cu­ya con­cien­cia es un or­ga­nis­mo pa­rá­si­to. Des­gra­cia­da­men­te, es im­po­si­ble co­no­cer la pro­ce­den­cia y las in­ten­cio­nes del en­te, ya que so­lo es real­men­te cons­cien­te de sí mien­tras pa­sa de un cuer­po a otro tras la muer­te del hués­ped. Los de­fen­so­res de la re­en­car­na­ción, en­ton­ces, co­mien­zan una en­car­ni­za­da gue­rra mun­dial con­tra los par­ti­da­rios del al­ma, que cul­mi­na en la des­apa­ri­ción de la es­pe­cie hu­ma­na y la pa­ra­si­ta­ción de los hon­gos que, den­tro de lo que ca­be, son más nu­me­ro­sos y pacíficos.

Mi­rar ha­cia ade­lan­te (ma­ni­fies­to)

Di­ga­mos que co­mo buen aman­te de la cien­cia fic­ción, lo úni­co que me im­por­ta es lo que se me ave­ci­na. Sé que pa­ra mi sa­lud men­tal es im­por­tan­te mi­rar ha­cia ade­lan­te, sin re­go­dear­me en mis fa­llos o arre­pen­tir­me de mis ac­tos pasados.

Por ello, y sin acri­tud, me im­por­ta un ble­do la His­to­ria, y mu­cho más cuan­do es­tá más que vis­to que no nos ayu­da en ab­so­lu­to a co­rre­gir nues­tros erro­res, ni nos ha­ce ca­pa­ces de apren­der de ellos. El uso —siem­pre, no nos en­ga­ñe­mos— tor­ti­ce­ro de esa His­to­ria, la tra­di­ción y la cos­tum­bre, lo úni­co que con­si­gue es con­ta­mi­nar nues­tra per­cep­ción del mun­do y em­pon­zo­ñar la re­la­ción con nues­tro pró­ji­mo, ha­cer enemi­gos don­de no los hay y lle­nar nues­tra vi­da de fan­tas­mas y de muertos.

Mien­tras no po­da­mos cam­biar­lo, el pa­sa­do no exis­te. A la mier­da lo que só­lo sir­ve pa­ra amordazarnos.

La ma­yor de­cep­ción del siglo

Co­mo pue­den leer en es­ta en­tra­da de Wi­red, Oba­ma aca­ba de can­ce­lar el pro­gra­ma Cons­te­lla­tion. En 2020 no ha­brá na­die en la Lu­na. Es­toy de­so­la­do, y no es de bro­ma. Ca­da día me sien­to más ajeno al gé­ne­ro hu­mano. Que lo vis­tan de lo que sea, que lo jus­ti­fi­quen di­cien­do que es lo mis­mo que ha­ce cin­cuen­ta años. Lo que hay que ha­cer es lle­gar, y que­dar­se, co­mo de­bían ha­ber he­cho ha­ce cua­ren­ta. Si­go con­ven­ci­do de que hoy nos can­ta­ría otro ga­llo. Mejor.

Es­to sí que es un acon­te­ci­mien­to pla­ne­ta­rio, Pa­jín.

Al me­nos que­da la em­pre­sa pri­va­da, o eso di­ce el Pre­si­den­te. Des­de es­te mo­men­to de­po­si­to mis es­pe­ran­zas en Vir­gin Ga­lac­tic.

Fe­liz 2010, o La en­tra­da de ori­gi­nal título

Pues ya lle­gó. Hoy es­ta hu­mil­de bi­tá­co­ra co­mien­za, co­mo las re­vis­tas an­ti­guas, su Año 3 –que no su ter­cer año– ya que cum­pli­rá dos el pró­xi­mo mar­zo. Ha­gan us­te­des las cuen­tas, y ve­rán de cuán­tas ma­ne­ras se pue­de me­dir el tiempo.

En es­tos días en que com­ple­ta­mos una ór­bi­ta más al­re­de­dor del Sol, a to­dos nos aprie­tan los re­sú­me­nes por de­trás y los pro­pó­si­tos por de­lan­te. Una suer­te de sand­wich vi­tal, del que in­ten­ta­mos sa­lir en el mis­mo día. Re­co­pi­la­to­rios y anun­cios de nue­vos pro­gra­mas en la te­le. Lan­za­mien­to de nue­vos pro­duc­tos en cuan­to pa­sen los Re­yes Su­fi­cien­te­men­te Avan­za­dos Tec­no­ló­gi­ca­men­te. Nue­vos re­tos, nue­vas ideas, nue­vos áni­mos, vie­jas intenciones.

Ha si­do un año en el que he es­ta­bi­li­za­do mi cua­derno, y se­rá el año en el que de­je de de­cir blog. He de­ci­di­do usar me­jor mi idio­ma. Bi­tá­co­ra, co­mo la del na­ve­gan­te. Fri­qui en vez de geek, (por­que ade­más tie­ne ma­la tra­duc­ción), en­tra­da o ar­tícu­lo en lu­gar de post.

Y voy a ha­blar­les a to­dos de us­ted, por­que se lo merecen.

Es­te es un cua­derno orien­ta­do ha­cia la cien­cia fic­ción y el fu­tu­ro, pe­ro es un cua­derno per­so­nal. Al me­nos se ha con­ver­ti­do en eso; y por eso a ve­ces la te­má­ti­ca ha si­do só­lo una ex­cu­sa pa­ra ha­blar de otras co­sas. He in­ten­ta­do po­ten­ciar la se­rie de Ex­trac­tos Mí­ni­mos, y quie­ro se­guir ha­cién­do­lo en el año que en­tra. He des­po­tri­ca­do de lo que me ha ve­ni­do en ga­na, y el año nue­vo lo ha­ré otra vez, las ve­ces que ha­ga fal­ta. Es­cri­bo po­co, pe­ro lo ha­go cuan­do me ape­te­ce. Hay co­sas que cam­bia­ré y otras que no. Ya veremos.

Es­te ha si­do el año de la cri­sis, y del 40 ani­ver­sa­rio de la lle­ga­da a la lu­na. Del fi­nal de Battles­tar Ga­lac­ti­ca y del re­ini­cio de Star Trek. Es­te ha si­do el año de Torch­wood y del des­cu­bri­mien­to de agua en nues­tro sa­té­li­te. El año en que la te­le­vi­sión en Es­pa­ña vuel­ve a ol­vi­dar­se de nues­tro gé­ne­ro. El año en el que unos in­de­sea­bles han in­ten­ta­do vio­lar nues­tros de­re­chos fun­da­men­ta­les en una ley so­bre eco­no­mía. El año de la des­pe­di­da del Dé­ci­mo Doc­tor.

Ya só­lo me que­da de­sear­les que el año que en­tra les trai­ga sa­lud. Can­ti­da­des in­dus­tria­les de sa­lud, a to­dos. Y de mo­do ac­ce­so­rio, que se re­vi­ta­li­ce la pre­sen­cia del hom­bre en el es­pa­cio, con ca­pi­tal pú­bli­co o pri­va­do, por­que si­go pen­san­do que se­rá lo que nos sal­ve de no­so­tros mismos.

Un abra­zo.

We are coming

Cues­tio­nar los es­crú­pu­los de los po­lí­ti­cos —de cual­quier signo, acla­ro— en los tiem­pos que co­rren es una ta­rea ar­dua. Y no por­que no den mues­tra de su fal­ta de ma­ne­ra co­ti­dia­na, sino por­que se es­can­da­li­zan y se ras­gan las ves­ti­du­ras, los muy cí­ni­cos, pre­ten­dien­do que son só­lo unos po­cos los que ac­túan de for­ma in­tere­sa­da, y que la in­men­sa ma­yo­ría de ellos son unos ben­di­tos ser­vi­do­res de la so­cie­dad, que de­rro­chan su vi­da y su tra­ba­jo co­mo her­ma­ni­tas de la ca­ri­dad, en pos de la so­cie­dad y de los ciu­da­da­nos, a ries­go de su sa­lud y su familia.

Y una mier­da, hombre.

En­ci­ma los me­dios de co­mu­ni­ca­ción se en­car­gan de ma­cha­car el men­sa­je. La cla­se po­lí­ti­ca es bue­na, só­lo hay al­gu­nos co­rrup­tos, só­lo unos po­cos son ma­los, el res­to es gen­te de bien que se preo­cu­pa por nosotros.

Co­mo siem­pre, la Cien­cia Fic­ción —con ma­yús­cu­las— se ocu­pa de ob­viar esa co­rrec­ción po­lí­ti­ca, de de­cir las ver­da­des con otras pa­la­bras, de tra­du­cir una reali­dad tra­ves­ti­da al len­gua­je de la trá­gi­ca y de­ni­gran­te ver­dad. Des­de que Star Trek em­pe­za­ra a de­nun­ciar el ra­cis­mo, la gue­rra de Viet­nam, el ma­chis­mo o la ho­mo­fo­bia es­cu­dán­do­se en guio­nes de na­ves es­pa­cia­les, esa Cien­cia Fic­ción ha pa­sa­do de abor­dar el te­ma del te­rro­ris­mo, con to­da su cru­de­za, en Battles­tar Ga­lac­ti­ca, a de­nun­ciar la ab­yec­ción de la po­lí­ti­ca y la po­dre­dum­bre del es­ta­do en Torch­wood: Chil­dren of Earth, la ter­ce­ra tem­po­ra­da de la se­rie, que se ha emi­ti­do en for­ma­to mi­ni­se­rie (cin­co ca­pí­tu­los) en el Rei­no Uni­do en Ju­lio de es­te año.

No quie­ro ha­cer una si­nop­sis de la tem­po­ra­da ni avan­zar spoi­lers. El ob­je­ti­vo de es­ta en­tra­da es que la veáis. El éxi­to co­se­cha­do tan­to en el Rei­no Uni­do co­mo en Los EE UU no es ca­sual; el guión es sor­pren­den­te, ate­rra­dor, elec­tri­zan­te. Los per­so­na­jes es­tán cons­trui­dos con cru­de­za y rea­lis­mo, es­pe­cial­men­te los de John Fro­bisher (Pe­ter Ca­pal­di) y Ali­ce Car­ter (Lucy Co­hu). Los po­cos fa­llos, y los ex­ce­sos, que los hay, se per­do­nan con ale­gría, por­que asis­ti­mos a un es­pec­tácu­lo que es­tá sin du­da en­tre los me­jo­res del año en la televisión.

Ni que de­cir tie­ne que ni es­tá pro­gra­ma­da en Es­pa­ña ni tie­ne vi­sos de es­tar­lo. Se­gui­mos en las mis­mas. Y co­mo véis, he reanu­da­do el blog lleno de op­ti­mis­mo y ale­gría. Bueno, así es mi terapia.

Co­mo siem­pre, pa­ra en­ten­der el tí­tu­lo hay que ver la se­rie. Ese sí es un spoiler.

Hoy ha­ce cua­ren­ta años

luna2

Pers­pec­ti­va

La úl­ti­ma vi­si­ta tri­pu­la­da a la lu­na fue en 1972.

De eso ha­ce 36 años.

Igual de­be­ría­mos ir más a menudo.