He publicado mi primer artículo en una revista de investigación. Si les gusta la arquitectura, o la ciencia ficción, o ambas, lo pueden leer aquí.
Se aceptan opiniones.
informando en minoría
He publicado mi primer artículo en una revista de investigación. Si les gusta la arquitectura, o la ciencia ficción, o ambas, lo pueden leer aquí.
Se aceptan opiniones.
Últimamente en la prensa, quiero creer que inconscientemente, se da a entender que las disensiones entre científicos en determinadas cuestiones (por poner un ejemplo reciente, sobre las bacterias que pueden vivir en amoníaco) suponen una merma de credibilidad en el método o una grieta en el edificio académico. La base de la ciencia moderna es la falsabilidad de sus teorías, y el debate científico, constante y en ocasiones vehemente, el cimiento de su validez. El trato periodístico que en ocasiones —demasiadas— se da a las noticias sobre ciencia la equipara a la política o, peor aún, al corazón, como si existiera alguna similitud entre ellas. No olvidemos que el objetivo de la retórica es convencer y el de la filosofía llegar al conocimiento. Pues eso. Encontrar una bacteria no es lo mismo que encontrar un novio, mis queridos chafarderos. Aplíquense en aprender a escribir sin faltas de ortografía y en no dar opiniones sobre ciencia. (Y sobre tantas otras cosas importantes que a buen seguro desconocen). Ah, y dejen de una santa vez de llamar La máquina de Dios al LHC.
El escepticismo ortodoxo, como todos los fundamentalismos, nos despoja de la fantasía y por tanto de la capacidad de manejar imposibles. Sin esa capacidad arrinconamos la habilidad para trabajar fuera de la caja y nos convertimos hoy en los conservadores de mañana. En nuevos dinosaurios, que se extinguirán tal como se extinguieron. Y no me malinterpreten; esto no tiene nada que ver con la power balance.
«Atribuirle a Dios las imperfecciones de la evolución es una blasfemia»
—Francisco Ayala, biólogo
via XLSemanal
Y no soy un científico, al menos al uso. Y el insulto a la inteligencia me enfurece. Me explico.
Mi actividad como lector de blogs y de medios tradicionales (en internet) es dilatada. No tengo preferencia por la orientación ideológica de las personas que escriben siempre que no intenten engañarme ni –como dije antes– insultar a mi inteligencia.
No suelo comentar en bitácoras (mucho menos en las de los periódicos) y si alguna vez lo he hecho, ha sido para corregir alguna inexactitud o para expresar mi razonada opinión contraria a algún argumento con el que discrepo profundamente. Nada extraño, a mi modo de ver.
Pues bien, aunque parezca una perogrullada, sólo encuentro actitudes positivas en blogs científicos o dedicados a la divulgación de la ciencia. Sólo en ellos he hallado personas capaces de discutir con amabilidad puntos de vista contrarios a los propios, con espíritu constructivo. Nunca con condescendencia ni con suficiencia. Son sitios donde el lector se siente cómodo participando, donde las dudas que se plantean se discuten sin prejuicios y donde se colabora en el planteamiento y la resolución de cuestiones que preocupan al público que visita el sitio.
Por desgracia, no en todos los blogs se procede del mismo modo. Lamentablemente. El contrapunto lo dan los blogs ideológicamente orientados. Suelen ser sitios donde los lectores y el/los autor/es se dedican a dorarse las respectivas píldoras hasta la náusea, calificando de troll (como poco) a todo aquél que amablemente discrepa de sus pontificales tesis, no tienen su mismo sentido del humor u osan corregir una inexactitud evidente en alguno de sus escritos (no me pregunten por qué los leo; quizá alguna vez publicaron algo que me pareció interesante y no los he borrado del lector de feeds, qué se yo).
Así, es absolutamente imposible mantener una conversación medianamente inteligente sobre el aborto o los toros en una bitácora de orientación progresista o sobre el matrimonio homosexual o el cambio climático en uno conservador. Es como intentar discutir sobre la Teoría de la Evolución en un foro de cristianos evangélicos. Al menos ellos van a las claras y no presumen de intelectuales.
Tanto la religión como el ateísmo son cuestiones de fe. Y la ciencia, lejos de negar una o afirmar la otra, lo único que hace es prescindir de ellas para avanzar.
Como pueden leer en esta entrada de Wired, Obama acaba de cancelar el programa Constellation. En 2020 no habrá nadie en la Luna. Estoy desolado, y no es de broma. Cada día me siento más ajeno al género humano. Que lo vistan de lo que sea, que lo justifiquen diciendo que es lo mismo que hace cincuenta años. Lo que hay que hacer es llegar, y quedarse, como debían haber hecho hace cuarenta. Sigo convencido de que hoy nos cantaría otro gallo. Mejor.
Esto sí que es un acontecimiento planetario, Pajín.
Al menos queda la empresa privada, o eso dice el Presidente. Desde este momento deposito mis esperanzas en Virgin Galactic.
Pues ya llegó. Hoy esta humilde bitácora comienza, como las revistas antiguas, su Año 3 –que no su tercer año– ya que cumplirá dos el próximo marzo. Hagan ustedes las cuentas, y verán de cuántas maneras se puede medir el tiempo.
En estos días en que completamos una órbita más alrededor del Sol, a todos nos aprietan los resúmenes por detrás y los propósitos por delante. Una suerte de sandwich vital, del que intentamos salir en el mismo día. Recopilatorios y anuncios de nuevos programas en la tele. Lanzamiento de nuevos productos en cuanto pasen los Reyes Suficientemente Avanzados Tecnológicamente. Nuevos retos, nuevas ideas, nuevos ánimos, viejas intenciones.
Ha sido un año en el que he estabilizado mi cuaderno, y será el año en el que deje de decir blog. He decidido usar mejor mi idioma. Bitácora, como la del navegante. Friqui en vez de geek, (porque además tiene mala traducción), entrada o artículo en lugar de post.
Y voy a hablarles a todos de usted, porque se lo merecen.
Este es un cuaderno orientado hacia la ciencia ficción y el futuro, pero es un cuaderno personal. Al menos se ha convertido en eso; y por eso a veces la temática ha sido sólo una excusa para hablar de otras cosas. He intentado potenciar la serie de Extractos Mínimos, y quiero seguir haciéndolo en el año que entra. He despotricado de lo que me ha venido en gana, y el año nuevo lo haré otra vez, las veces que haga falta. Escribo poco, pero lo hago cuando me apetece. Hay cosas que cambiaré y otras que no. Ya veremos.
Este ha sido el año de la crisis, y del 40 aniversario de la llegada a la luna. Del final de Battlestar Galactica y del reinicio de Star Trek. Este ha sido el año de Torchwood y del descubrimiento de agua en nuestro satélite. El año en que la televisión en España vuelve a olvidarse de nuestro género. El año en el que unos indeseables han intentado violar nuestros derechos fundamentales en una ley sobre economía. El año de la despedida del Décimo Doctor.
Ya sólo me queda desearles que el año que entra les traiga salud. Cantidades industriales de salud, a todos. Y de modo accesorio, que se revitalice la presencia del hombre en el espacio, con capital público o privado, porque sigo pensando que será lo que nos salve de nosotros mismos.
Un abrazo.
Ni siquiera los que han estudiado el calendario maya ése se ponen de acuerdo sobre cuándo termina o deja de terminar y en qué año. Y estrenan una película y ya hay gente que está acojonada porque en 2012 se acaba el mundo. Y otros que levantan una ceja mientras hablan de Nostradamus y de los mayas y de sus castas.
Dos mil docenas de gilipollas.
Tenéis que leer este blog, y este artículo en particular. Y enormemente recomendable, incluso obligatorio, ver y escuchar las Reflexiones de Repronto, en su tercera temporada. Venga, que luego es tarde.
Cuando buscaba referencias para la entrada que llamé Paparruchas, encontré este artículo de Carlos López Díaz, en mi humilde opinión lleno de sentido común, que coincide en parte con el contenido de mi post sobre Dragó. Se extiende sobre otras historias y apunta un artículo de José Saramago en El País, titulado Luna.
Tengo que reconocer que Saramago me cae bien, pese a que casi todas las cosas que dice –al margen de la literatura, claro– me parecen tonterías bastante solemnes. Quizá sea esa imagen que ofrece de buen hombre, bien intencionado y mal aconsejado, la que influye en mi ánimo cuando le oigo desbarrar sobre cualquier tema que desconoce de manera íntima, y me vuelve condescendiente. Lo contrario que con la mayoría de los periodistas especializados.
Aprovecho esta nueva oportunidad para abundar en mi profundo desprecio por la actitud de muchos intelectuales, que se jactan de desconocer y abominar de la tecnología y la Ciencia. Verdaderos analfabetos funcionales en la mitad de la sabiduría de nuestra sociedad, que no por eso dejan de opinar sobre temas científicos, como la energía y el medio ambiente. Y digo esto sin segundas.
En un artículo bellamente redactado, y tras flirtear –como tantos otros– con la veracidad de la llegada del Hombre a la Luna, Saramago, lleno de esa desasosegante saudade, escribe:
[…] llego a la desoladora conclusión de que al final ningún gran paso para la humanidad fue dado y que nuestro futuro no está en las estrellas, sino siempre y sólo en la Tierra en que asentamos los pies. Como ya decía en la primera de esas crónicas: ‘No perdamos nosotros la Tierra, que todavía será la única manera de no perder la Luna’ »
No puedo estar más en desacuerdo. La exploración, el descubrimiento, la conquista de lo desconocido son los motores que han llevado a la humanidad a su más alto grado de civilización. Lo contrario es puro conservadurismo. Es miedo a lo inexplorado, es la semilla del provincianismo más obtuso.
No perdamos nosotros la Luna, que todavía será la única manera de no perder la Tierra.
Antes de nada, quede claro que en este blog no hablaré de política. Si acaso haré referencia a ella por necesidades del guión. Tampoco haré referencias a ideología alguna, primero porque no es asunto de este espacio, y segundo porque el mismo concepto está tan deteriorado que ya me repugna.
Cierto que en este cuaderno soy bastante menos moderado que en mi vida diaria, pero créanme si les digo que soy (o lo intento) escrupulosamente respetuoso con las opiniones de los demás. Hasta aquí bien. Obviamente si la opinión está razonada. Obviamente si el tema en cuestión es opinable.
Pues entonces, queda claro que respeto mucho el afán de don Fernando Sánchez Dragó de contarnos su disoluta, revolucionaria, festiva vida. Me da igual que su propio y recalcitrante extremismo le haya catapultado de la revolución socialista a la adoración a Ayn Rand.
Me da igual que este hombre podrido por la gusanera de la ancianidad (cito sus propias palabras) pretenda rodearse de un espeso halo de cultura, sólo por estar muy viejo, muy leído y muy viajado. Una de las principales características de la intelectualidad casposa, bohemia y demodé es despreciar la formación científica y técnica a la hora de etiquetar de intelectual a un individuo. Basta con citar a Rimbaud o decir que se conoce la obra de Boulez para que la barbilla se te levante automáticamente y te crezca en la mano un libro de cualquier autor de lengua no española.
Tampoco me importa que el intelectual Sánchez Dragó tuviera un ultradesarrollado sentido de la vista, allá por el sesenta y nueve, que le permitiera, con la sola contemplación de las transmisiones televisivas de la llegada a la luna, colegir que aquello era una farsa.
Puedo pasar por el hecho de que, igual que tantos otros, esté tan soberbiamente seguro de la futilidad y estupidez de la investigación espacial, dólar allí, dólar acá.
Lo que no puedo tolerar es que niegue un hecho histórico y científico indiscutible y demostrado hasta la saciedad, aprovechándose de una posición de autoridad que su condición de escritor le ha otorgado. Y menos aún que además se burle de aquellos que sencillamente conocen y aceptan la realidad de los hechos. Que cuatro iluminados inunden los mentideros denunciando conspiraciones no tiene importancia. Que lo haga un personaje público del ámbito de la cultura debería ser delito.
Le deseo al señor Sánchez la vida suficiente para subirse al primer vuelo de Virgin Galactic, y descubrir desde la altura que la Tierra, para su sorpresa, no es plana.
Es terrorífico comprobarlo, pero si se pregunta a alguien por el trato que la prensa da a los temas relacionados con su profesión, la respuesta más suave que se obtiene es «poco riguroso». Sinceramente y sin exageraciones, es cotidiano ver a algún amigo o conocido llevarse las manos a la cabeza leyendo artículos periodísticos escritos de cualquier manera, faltando a la verdad, omitiendo datos fundamentales o confundiendo términos, métodos, nombres o conceptos. Y sólo estoy hablando de datos objetivos, que puede comprobar cualquier persona con suma facilidad (con mucha más facilidad que cuando existía el rigor periodístico), no entro en temas subjetivos, ni por supuesto políticos.
La ciencia, en cualquiera de sus facetas, es la mayor damnificada.
El problema de esta actitud, que comparten ‑sin atisbo alguno de vergüenza- todos y cada uno de los medios escritos y audiovisuales de nuestro país, es que realmente crean opinión, usando información errónea y confundiendo, induciendo a errores, a veces graves, a grandes sectores de la sociedad, que depositan su confianza en la información que reciben de los medios tradicionalmente serios.
Hace unos días escuchaba la radio en el coche cuando el programa «Julia en la onda», de Julia Otero, aglutinó la mayor cantidad de barbaridades por minuto que yo había escuchado desde hacía tiempo. La primera, un clásico. Internet es un invento militar. Antón Reixa dixit. Y los ordenadores también, hombre. Lea usted sobre lo que dice. Para ser un intelectual, no sólo hay que parecerlo.
También dijo que no entendía para qué habíamos ido a la luna, el lumbreras. Con la de cosas que hacen falta aquí. Otro clásico.
Lamentablemente la presentadora después conectó con Jesús Hermida, excelso narrador para TVE del evento más importante de la historia de la Humanidad, que ocurrió el 20 de julio de 1969. Entre chanzas llegaban a la conclusión de lo poco que había aportado la carrera espacial a la humanidad, con los 25.000 millones de dólares que se habían invertido.
Los estudios realizados al respecto indican que por cada dólar invertido en la investigación espacial, se han recuperado entre 7 y 20. Además del kevlar, el velcro, el teflón, los dodotis, los alimentos liofilizados, sin hablar de los avances puramente científicos que las misiones Apolo consiguieron. Un puñado de rocas sin valor, era el resumen de lo conseguido, según los tertulianos. Apagué la radio.
En un país en el que los únicos periodistas especializados son los deportivos y los taurinos, sigue habiendo editores y directivos que se quejan de la decadencia de los medios tradicionales.
Pues vale.