Una característica esencial de las obras de ciencia ficción es que tienen que apostar sobre los contenidos del futuro. Ese tiempo que describen, predicen, y en algunos casos profetizan, corre casi siempre más rápido de lo que sus autores hubieran deseado, y afecta mucho más a la realidad cotidiana que a los grandiosos avances de la humanidad, igual que la tecnología. Avanza tanto más cuanto más gente la compra.
Este avance tecnológico diferente es el que ha afectado a tantas novelas, películas y series de TV, simplemente haciéndonos sonreír o, en los casos más graves, dejando la obra totalmente obsoleta. Un ejemplo de todo lo anterior sería la increíble cualidad de Huxley, en «Un Mundo feliz», de describir un futuro de humanos clonados y clasificados en castas modificando sus capacidades (una especie de profecía sobre la ingeniería genética), mientras que a la vez, para llamar por teléfono, se tiene uno que bajar del helicóptero.
A estos fallos en la ambientación del futuro va dedicada esta serie de posts, que comenzamos con una magnífica escena de La naranja mecánica.
MÚSICA EN MINIATURA
Alex extrae una microcassette de su microcaja, la inserta en su equipo y suena en macro-alta fidelidad la Novena Sinfonía del divino Ludwig Van.
De un talento como Kubrick siempre cupo esperar la mayor definición en las escenas, el perfeccionismo exacerbado, la enésima vuelta de tuerca en la planificación de cada detalle. En 1971 probó con lo que creía la evolución lógica del soporte de sonido. La forma sería parecida a las ya existentes (acertó) y más pequeño y fácil de almacenar (acertó). Lo que no tuvo en cuenta fue que la forma no sería la del cassette, sino la del disco. Pudo intuir que la cinta analógica sufriría una evolución (pero fue a digital, hoy en desuso). Igual inspiró a Terry Gilliam para sus fantásticas Brazil y Doce Monos, a la vanguardia de la ciencia ficción retro, pero bueno, eso será en otro post.
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