Siguiendo con la línea Trek, pongámonos en la tesitura del siglo veintinosequé. Tiempos, pongamos, del Capitán Picard. En la tierra ha desaparecido el dinero. Las guerras se acabaron. No existe la pobreza, ni el hambre. La gente trabaja por gusto y en lo que le gusta. Entonces, ¿a qué viene liarse en la flota estelar, a chorrocientos mil años luz de la casa de uno, teniendo una bodega de cojones, venga de romulanos y de klingons y de borgs y del dominio?
Nuestro futuro imperfecto: gracias a las tecnologías de la información, las redes sociales se globalizan y la gente teletrabaja. Desaparece la centralización del ocio. La producción mundial está automatizada y robotizada, desaparecen los operarios. Desaparece la centralización del trabajo, de la educación e incluso de la medicina. Los gobiernos se descentralizan y se unifican. Desaparece la necesidad del transporte a corta distancia. Desaparece la necesidad de relacionarse personalmente. El territorio se reparte equitativamente a razón de una persona por kilómetro cuadrado. El sexo se concierta previo escarceo por la red. Las familias con hijos tienen el triple de territorio y así llegamos a las hectáreas de viñedos de la familia Picard, que distribuyen el vino por internet.
Yo prefiero la flota estelar. Verme todos los días en un sitio pequeñito en el que hay dos o tres mil personas con las que me puedo tomar una copa en el Ten Forward, así me deslome todos los días trabajando. A lo mejor el Roddenberry no iba descaminado.
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