Nunca había encontrado una definición tan concreta de lo que me hace ser amante de la ciencia ficción. Fernando Savater me la brindó el pasado 25 de marzo, con ocasión de la muerte de Arthur C. Clarke, en su artículo Las arenas de Marte, en el diario El País:
Lo más hermoso de la literatura es que constituye una farmacia donde hay remedios para todos nuestros males (salvo la muerte) y tónicos de todo tipo e intensidad. Sólo los pedantes desdeñan a la humilde aspirina porque no cura el cáncer… Arthur C. Clarke fabricó algunas pócimas para esa dolencia extraña, la nostalgia del porvenir. Y quienes hemos recurrido más de una vez a ellas no queremos despedirle sin que le acompañe nuestra gratitud.
El aficionado a la historia añora haber vivido ésta o aquélla batalla, conversado con Julio César o Nerón, o acompañado a Mozart en algún concierto. Haber usado la máquina del tiempo para contemplar el pasado real de la humanidad.
Existe esa añoranza, también, en el que no podrá ver cómo llegamos a Marte, cómo la robótica será fundamental en la vida o cómo la ingeniería genética, saltando por encima de las convenciones y convicciones morales y religiosas, acabará con las enfermedades, para dar paso a otros problemas.
En la historia de la ciencia ficción, sobre todo en la literatura, no ha habido sino predicción. Frente a las parodias cabalísticas de las interpretaciones de Nostradamus, están el Viaje a la luna y el submarino de Verne, la selección de embriones de Huxley o los comunicadores de Star Trek. Lo que anima a escritores y científicos es precisamente el deseo de adelantar aquéllo que sus vidas no llegarán a ver, el deseo de alcanzar hoy lo que mañana será una realidad.
Igual que a un padre le encantaría poder ver lo que serán sus hijos y sus nietos cuando no esté, ese mismo deseo reside en gente que dedica hoy su esfuerzo a combatir el cáncer, o en llegar a Júpiter, enfrentándose a la cruda realidad. Que les dice que no verán el resultado de su investigación. Pero sin esos visionarios la humanidad no habría llegado al lugar en el que está, y de esos visionarios nace esa nostalgia que aún no está escrita, y que añorarán los amantes de la historia de siglos venideros.
Comentarios
Además de la expresión «nostalgia del porvenir», absolutamente acertada, otro concepto de esta «necrológica» de Savater que suscribo al cien por cien es el de «gratitud».
Infinita gratitud a nombres como el de Clarke, Asimov, Heinlein, Van Vogt, Dick, etc.es lo que sentimos los que amamos la ciencia ficción desde nuestra más tierna infancia, junto a una infinita sensación de pérdida cada vez que uno de ellos ha abandonado nuestro maltrecho planeta.
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